miércoles, 8 de abril de 2009

RÉQUIEM POR MI PROFESIÓN

Mi título profesional exacto es Profesor de Estado en Historia y Geografía. Con él, he llegado a ser funcionario de la UNESCO (hoy), coordinador de la Red Latinoamericana de Información y Documentación en Educación (REDUC, en los noventas), investigador del Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Educación (CIDE en los ochentas), Subdirector de Programación del Sector Educación de la Secretaría de Programación y Presupuesto del Gobierno Federal en México a mediados y fines de los setentas y además ejercí la docencia en el Liceo Juan Antonio Rios, el colegio San Juan Bautista, en educación de adultos en el Instituto Laboral del Ministerio del Trabajo y PRESCLA de la U.C. a principios de los setentas.

El destino me sacó de las aulas: cuando llegué a México no pude seguir ejerciendo, porque no era mexicano. Sin embargo, la generosa solidaridad mexicana me llevó a laborar en Planificación Educativa en la Secretaría (Ministerio) de Educación.

Tengo que confesar que no fui el más brillante de los alumnos de mi generación en la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Al lado de intelectuales como nuestro entrañable Lucho Moulian, Fabio Rodriguez, Franz Voltaire, Patricio Quiroga, Juan Guillermo Muñoz, por nombrar algunos, yo era "del montón".

En la Escuela de Historia se nos formaba igual que los futuros licenciados en historia, con los mejores historiadores de Chile. Fui alumno de Villalobos, de Ramirez Necochea, de Héctor Herrera, de Gabriel Salazar y de Genaro Godoy. Gente de izquierda, de centro y de derecha. También teníamos clases de geografía codo a codo y con iguales exigencias que los futuros geógrafos. En Filosofía se nos había formado seriamente, al igual que en psicología. Sólo en el 4to. año comenzábamos a asistir al Instituto Pedagógico. Los dos últimos años abordábamos los temas de pedagogía, filosofía de la educación, metodologías, didácticas, evaluación, estadísticas educativas, y electivos como audiovisuales, didácticas especiales, dominio de voz, etc. Después se exigía un seminario de tesis, una práctica supervisada y solo entonces podíamos recibir el título: Profesor de Estado con mención en alguna especialidad.

En suma: nos formaban especialistas, expertos. Aún cuando nosotros no fuésemos a ejercer como especialistas o expertos. La fomación recibida nos permitía seguir aprendiendo sobre historia o sobre geografía, a lo largo de los 30 años que duraría la carrera.

El título de Profesor de Estado dejó de existir cuando las autoridades educativas del régimen militar terminaron con el Instituto Pedagógico y la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Nuestra "alma mater" murió en silencio. No podía ser de otro modo en una dictadura militar. Las autoridades de la época señalaron que la docencia sería asunto de institutos profesionales, y no de universidades.

El retorno de la democracia de los acuerdos y de "lo posible", no volvió a instaurar la facultad ni el Instituto. Se logró reponer el carácter universitario de la carrera, pero no la formación de Profesores de Estado, un anacronismo para la sociedad de mercado. Además, existía ya una Universidad Pedagógica, la UMCE, y no era posible la vuelta atrás. Ahora, el 2009, cuando el Instituto Pedagógico hubiese cumplido 120 años, el artículo 46 de la Ley General de Educación completa el desmantelamiento.

Me enorgullezco y me enorgulleceré siempre de ser Profesor de Estado. De formar parte de las generaciones de profes/humanistas que hicieron florecer, desde el Liceo, la breve primavera democrática, libertaria y laica que vivió el país entre 1938 y 1973. De aquéllos hombres y mujeres que formaron -desde 1889 en adelante- a la clase media chilena, a sus médicos, a sus abogados y abogadas, a sus ingenieros y todos los/las demás profesionales que hicieron grande al Chile democrático. Ese Chile no se dio por casualidad. Fue plasmándose generación tras generación en las manos de los profesores y profesoras en los Liceos.

Ahora, las fuerzas pro-mercado que postularon el lucro en la educación subvencionada chilena, están creando una de las condiciones esenciales para lucrar: una base amplia de mano de obra no calificada, des-profesionalizada. Competencia, fragmentación en cientos de instituciones, un Estado sin "ideología", al servicio del mercado. No hay epopeya, no hay grandes narrativas ni aspiraciones. Para las minorías, los sentidos los aportan el Opus Dei y los Legionarios. Para las mayorías, la necesidad de trascendencia se alivia con el carrete, la tele o el fútbol.

Antes de 1973, en cada diciembre los muchachos y muchachas más pudientes en los colegios privados temblaban al escuchar los pasos de los examinadores provenientes del Instituto y del Liceo: esos hombres y mujeres severos, seguros de su saber y orgullosos de ser los testimonios vivientes de la existencia de un Estado que -por sobre la riqueza y las relaciones-, por encima de las oligarquías, garantizaba un sentido de igualdad, libertad y fraternidad para todos los chilenos. Y por si eso fuera poco, también garantizaban que la enseñanza impartida en los colegios privados tuviese -al menos- la misma calidad con que se entregaba en los Liceos.
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Se puede reproducir y traducir total y parcialmente el texto publicado siempre que se indique la fuente.
El autor es responsable por la selección y presentación de los hechos contenidos en esta publicación, así como de las opiniones expresadas en ella, las que no son, necesariamente, las de la UNESCO y no comprometen a la Organización.

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viernes, 20 de marzo de 2009

PROFESORES: EL FINAL DEL CAMINO

Alfredo Rojas Figueroa
Profesor de Estado en Historia Geografía
Oficial Nacional de Programas
UNESCO Santiago*.


La Ley General de Educación, en discusión en estos días, establecería que licenciados podrán hacer clases en materias afines, sin necesidad de habilitación en la enseñanza media. Hoy en día, tales profesionales se habilitan ante el Ministerio y al hacerlo, pueden realizar clases durante un año, previa verificación de que no existen profesores disponibles.

En el modelo de mercado imperante en la educación chilena, no cabe duda que tal medida, de prosperar, va a ser una magnífica oportunidad para que los sostenedores privados prescindan de los servicios de los profesores y contraten a licenciados jóvenes pagándoles menos. En la educación municipal, en tanto el Estatuto Docente se mantenga, la medida va a causar confusión en las autoridades (que verán como los costos de los particulares subvencionados disminuyen mientras que los municipales se mantienen) e incomprensión y resentimiento entre los profesores y profesoras, que verán a su profesión cuestionada y crecientemente descalificada. Obviamente el siguiente paso sería derogar el Estatuto y para eso los interesados habrían creado un argumento inmejorable ante el Tribunal Constitucional: la igualdad ante la ley entre empleadores privados y municipales. En un escenario marcado por el triunfo electoral de la oposición, la derogación sería casi segura.

El punto a que se ha llegado es el final de un largo camino de cuestionamiento a la acción de los docentes. Los resultados de Chile en las pruebas internacionales no satisfacen a quienes piensan que los chilenos merecemos ocupar los primero lugares en los ranking, pese a que en las últimas mediciones de PISA en las que participó nuestro país, fue el primero entre los latinoamericanos en lenguaje y ciencias (y segundo en matemáticas, después de los uruguayos) y que en las pruebas de Laboratorio Latinoamericano de Calidad (LLECE) de la UNESCO, ocupa un honorable segundo o tercer lugar –dependiendo de las pruebas- después de Cuba y Costa Rica.

Los llamados al realismo y a observar que el mejoramiento de la docencia es un proceso que requiere tiempo, mejores remuneraciones para atraer a mejores postulantes y fuertes inversiones, realizados por conocedores del tema como Juan Eduardo García-Huidobro o por apasionados defensores de la calidad de la educación que provienen de otras profesiones como Mario Waisbluth y su Educación2020, han caído en el vacío.

Hay algo más, sin embargo. Lo que está al centro del debate y que nadie ha explicitado, es la especificidad de la profesión docente. Si lo mismo puede enseñar un licenciado que un profesor, es que hay una pieza faltante en el tema de la profesión docente. Hay algo que efectivamente los profesores en servicio no han mostrado: su especificidad profesional, aquello que los hace actuar de modo especial, especializado y así obtener resultados en su quehacer. Y es que los profesores han vivido en un tremendo mal entendido. La mayoría han sido formados en la consideración de que su oficio consiste en "enseñar", "formar", e incluso "entregar valores", mientras que el Estado, los especialistas, los formadores de opinión pública esperan que los profesores obtengan resultados de aprendizaje de ciertos objetivos fundamentales y contenidos mínimos. Dicho de otro modo, mientras los profesores se siguen considerando formadores, maestros, el Estado y los intelectuales y formadores de opinión exigen de ellos otra cosa.

En suma, exigen que sean expertos en logar aprendizajes. Esa es hoy la esencia de su quehacer. Los profesores no son formadores porque de hecho, la institución formadora por antonomasia es la familia. Los profesores sólo son formadores en suplencia de ésta. Del mismo modo, los profesores no tienen la exclusividad de “enseñar”. Son muchos los que enseñan: desde el Discovery Channel hasta Wikipedia, pasando por el grupo de pares, y las iglesias, por nombrar algunos. Tampoco son psicólogos, asistentes sociales, curas o policías, aunque muchas veces tengan que invertir gran parte de su tiempo ejerciendo esos roles en las escuelas.

Si los profesores son expertos en lograr que otros aprendan, tampoco se trata de que sean competentes en lograr que todo el mundo aprenda. El saber del profesor, su especialización no es la misma del investigador, del curriculista, del pedagogo o del psicólogo educacional. Su especialidad es la de conocer como la palma de la mano a su grupo-curso, y conocer y diseñar las metodologías y didácticas que funcionan con ese grupo y con cada uno de sus miembros. Es un experto en las capacidades y estilos de aprendizaje de cada alumno y del grupo de alumnos; pero de ese grupo único y concreto, formado por Juan, Luis, Margarita, etc. El profesor sabe de aquellas metodologías que más atraen su atención, las que logran despertar su interés, las que producen resultados. Además, debe ser profundo conocedor de los temas de su especialización; aunque no necesariamente experto en ellos: no necesariamente historiadores, literatos o matemáticos profesionales.

El profesor, como experto en lograr aprendizajes tendrá una especialización única, que no tiene ningún otro profesional. Por lo mismo, además de las metodologías y didácticas (incluyendo el uso de aplicaciones informáticas para el aprendizaje), tendrá que ser experto en organizar las secuencias temporales en que se van produciendo esos aprendizajes, es decir, experto en programación curricular. Y experto en evaluar los resultados de su acción: experto en evaluación educacional. Y sobre todo, experto en conocer en profundidad a sus estudiantes, con una buena dosis o de etnógrafo e investigador de lo singular.

Para crear las condiciones requeridas por el trabajo en las aulas –esto es, climas pacíficos -, el profesor o la profesora debe también constituirse en guía y autoridad moral de adolescentes y jóvenes y eso requiere del aprendizaje de competencias muy precisas, que no necesariamente tiene el común de los licenciados.

Súmese a todo lo anterior la capacidad de trabajar en equipos de docentes, porque hoy es inconcebible que se sigan considerando maestros en el sentido de los Magister del siglo XIII: dueños de una cátedra (el curso) a la que enseñan y cuyos miembros tienen la obligación de aprender. Ese modelo ya ni siquiera es válido para los estudiantes universitarios. Con mayor razón en los demás niveles, en donde el grupo curso es responsabilidad de un conjunto de docentes que trabajan en equipo, junto a diversos especialistas técnicos y temáticos que los apoyan y asesoran, conducidos por un director que a su vez es líder y especialista en coordinar a esos expertos, los profesores.

Ese profesor no es un licenciado. Es un especialista, un experto en producir aprendizajes. En el modelo high school americano, los profesores son licenciados o ingenieros que han obtenido un “minor” en educación o un certificado que los acredita como maestros. En México, los maestros de las “preparatorias” (nivel medio superior) también han sido desde siempre licenciados o ingenieros; situación comprensible porque las instituciones de educación media superior; esto es de jóvenes de 15 a 18 años, forman parte de las universidades. Normalmente, requieren un proceso de formación adicional para dar clases. En ninguno de esos casos la educación media brilla por su calidad. En cambio, si brilla en Finlandia, en Japón, en Corea, donde los profesores son profesionales expertos, muy bien formados y muy bien pagados.

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* Se puede reproducir y traducir total y parcialmente el texto publicado siempre que se indique la fuente.
El autor es responsable por la selección y presentación de los hechos contenidos en esta publicación, así como de las opiniones expresadas en ella, las que no son, necesariamente, las de la UNESCO y no comprometen a la Organización.

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COMENTARIOS:
Estimados colegas profesores. Sus comentarios serán muy bienvenidos, con una sola restricción. No aceptaremos acusaciones anónimas.